Sin embargo, no tienen por qué endilgarnos ese dios, hecho a imagen y semejanza del patriarca más antiguo y cavernícola, a quienes vivimos, respiramos y gozamos de la relativa libertad que nos otorga la DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS y los logros de este Siglo XXI.
Se requiere una frialdad digna del sionista más recalcitrante, del capitalista más explotador y del fascista más endurecido para no sentir en el corazón el dolor de un testimonio como el de AURORA. El Semanario Universidad[1], en su edición del 1 de agosto, publica una entrevista a la mujer que:
… se vio obligada a llevar por meses en su vientre a un feto deforme al que los exámenes médicos daban cero posibilidades de vida al nacer. Todavía llora al recordar cómo se tuvo que despedir de él en el hospital Max Peralta, en el momento en que otras mamás se preparan para dar la bienvenida. Recuerda cómo intentó tranquilizarlo para el momento crítico del nacimiento, que, en este caso, era el mismo que el de la muerte. Aún peor, el de la muerte con sufrimiento, sostiene ella. (…)
Para ella, la palabra “embarazo” equivale a “calvario” y así lo sintió en 2014, cuando volvió a quedar embarazada y revivió la película triste del 2011. Porque advierte que ella siempre quiso ser mamá y que siempre quiso tener a su bebé; por eso se enfada cuando oye decir que ella quería matar al feto cuando clamaba por el aborto terapéutico.(…)
En varias ocasiones menciona a Dios porque ella es CRISTIANA EVANGÉLICA[2], aunque está decepcionada de lo que ella considera es una manipulación de las iglesias contra temas de derechos humanos solo para mantener aglutinada a la feligresía.
Y recoger el diezmo, agregamos nosotros.
¿Cuántas Auroras ha habido y hay que no se atreven a clamar por su derecho a suspender el embarazo?
Se siente traicionada por el actual presidente, el que salió y, también, por la otra administración que valoran un derecho humano como una cuestión meramente coyuntural. Su lucha en la CIDH no es personal pues ya ella pasó su “calvario”, sino por todas aquellas mujeres que viven una situación similar a la suya.
Si las siervas, fanáticas y sumisas, quieren servir al Señor Patriarca, obedecerle, parirle los hijos que él demande, perdonarle las infidelidades, los acosos sexuales a otras mujeres, etc. etc. pues que continúen retrocediendo en la historia por cuenta de ellas. Pero, la moral de un grupo no puede imponerse como la moral de todos los seres humanos. Si las iglesias quieren prohibir la libertad de escogencia de los hijos, pues que lo impongan dentro de su feligresía.
Se desviven defendiendo la “vida” antes del nacimiento y después de la muerte, pero les importa un comino lo que sucede con la Vida de millones de seres humanos en este “valle de opresiones y maltratos”.
Pero ya es hora de que el Estado vele por el cumplimiento de los Derechos Humanos y no por una moral patriarcal que atenta precisamente contra esos derechos.
Y, bueno, como lo dijo hace unos años Eduardo Galeano: Si los hombres pariéramos, ya el aborto estaría legalizado.
Mi solidaridad para todas aquellas mujeres como Aurora.
Ya va siendo hora de que el tema de la suspensión del embarazo sea tratado como un problema de SALUD PÚBLICA y no como un asunto de moral.
Isabel Ducca D.
[1] Murillo, Álvaro. (2018, Agosto 1). Aurora: seis años después de conocer y despedir a su bebé. En Semanario Universidad, p. 4. Recuperado de: https://suscripciones.semanariouniversidad.com/
[2] El subrayado es nuestro.