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Como comunidad, conocer del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) que causa el SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida) nos debe llevar a ser una comunidad inclusiva que da esperanza a las mujeres viviendo con el VIH, hacer prevención y educar a la No discriminación.

--- Recibir el diagnóstico del VIH

El impacto del VIH ha llevado al mundo a grandes cambios, el virus se abre paso mostrando la vulnerabilidad de la humanidad, la vulnerabilidad de nuestros cuerpos especialmente el cuerpo de las mujeres.

A través del informe de la oficina de las Naciones Unidas de este año, el 53% de los casos de personas con el VIH son mujeres. Casi la cuarta parte de las personas que tienen el VIH no sabe que están infectadas, y el no saber que están infectadas las pone a ellas, ellos y a otras personas, en riesgo de transmitir el virus.

Existen diversas reacciones por parte de la familia cuando las mujeres comparten su diagnóstico, pueden rechazarlas, juzgarlas, discriminarlas o por otro lado la familia se une, la acepta y acompaña en su nueva condición.

Sin duda, reconocemos que la familia juega un papel fundamental en el proceso de adaptación, la iglesia y comunidades de fe son también un espacio importante de apoyo y resistencia.

Es importante resaltar, que, si el tratamiento médico está acompañado del soporte familiar, de una buena alimentación, una actitud positiva y participar en una comunidad de apoyo puede retrasar la aparición de síntomas.

--- Convivir con el VIH

Las situaciones que deben enfrentar las mujeres al recibir su diagnóstico positivo al VIH son diversas y más aún al iniciar un tratamiento que debe ser diario y por el resto de su vida. El rechazo, estigma y discriminación hacia las mujeres tienen un gran impacto, especialmente en una sociedad conservadora, que no habla abiertamente sobre la sexualidad lo cual crea una invisibilidad que tiene consecuencias negativas.

La sociedad patriarcal ha creado un sistema de doble moral con parámetros diferentes para medir la conducta de los hombres y las mujeres, justifica el maltrato y la exclusión del cuerpo femenino llevándolo a cargar con grandes sufrimientos. En el hombre se admite la infidelidad, el abuso y la promiscuidad; mientras que a las mujeres se les exige fidelidad, pasividad, recato, sumisión y resignación ante todas las condiciones que el hombre le plantea.

La irrupción del virus, camina junto con diversos factores de las relaciones de género y poder. Los patrones de conducta normados por un sistema opresor, muestran la desigualdad y el atropello en que viven las mujeres, los cuales crean y mantienen la vulnerabilidad de ellas en la trasmisión del virus y por lo tanto en la feminización del VIH.

Ante esta situación, muchas mujeres pueden sentirse atrapadas e incapaces de hacer algo para mejorar y afrontar su condición, perdiendo interés por seguir viviendo. No debemos olvidar que las personas somos seres de interrelación con el mundo y también con nuestro cuerpo, e que nuestro sistema inmunológico esta en relación a nuestro estado anímico.

--- Resistencia y la acción de esperanza

A partir de su diagnóstico, las encontramos movilizándose y acercándose en redes de mujeres que viven con el VIH. Las mujeres están creando una alternativa de convivencia que les permite vivir en mejores condiciones, ellas encontraron que es la comunidad la que les permite, con mayor eficacia, enfrentar la discriminación y empobrecimiento, situaciones en que viven.

Para las mujeres que viven con el VIH, la esperanza es una fuerza y una vivencia espiritual, ya que está relacionada con la búsqueda de sí mismas, de la valoración de sus cuerpos y del sentido de la vida.

La esperanza devuelve a las mujeres las ganas de seguir viviendo, el convivir con el VIH ya no es más un diagnóstico de muerte, sino una condición de vida nueva que les permite múltiples retos y oportunidades para crecer como mujeres, mostrarse y hacer valer derechos que antes no reconocían.

Reconocer que Dios camina a su lado les devuelva la dignidad y les permite iniciar el proceso de restauración de su identidad, es decir, de la imagen que tienen de sí mismas y el deseo de revalorarlo, que son creación e imagen de Dios.

Las mujeres ya no están solas, es Dios quien se ha puesto de su lado caminando en medio de su sufrimiento y a través de Jesús demuestra que él venció la muerte y que es posible resistir. La esperanza está orientada ahora hacia el futuro, por medio de la trasformación del presente, y en la búsqueda de la plenitud de vida. La propuesta de vivir en una comunidad inclusiva es una alternativa frente al sistema patriarcal vertical, autoritario y excluyente que separa y oprime a las mujeres que viven con el VIH.

Creemos que una comunidad inclusiva da esperanza y renueva en las mujeres la lucha para seguir viviendo. No hay duda de que Dios muestra su presencia en un espacio inclusivo.

(* Psicóloga y teóloga. Directora de Publica Theology. Escribe sobre las intersecciones entre memoria ancestral, mujerismo y fe pública)