No es este el lugar para discutir las razones de ese crecimiento. Comparto solo la idea de que una población desengañada ha ido convenciéndose de que su voto no vale. En mi criterio, este gobierno ha sumado muchas voluntades a ese proceso, que no ha parado de crecer desde que las políticas neoliberales se fueron imponiendo en el país, hace ya más de tres décadas.
Ese 40% ha despertado alarmas. El buen amigo, Gustavo Román Jacobo, funcionario del Tribunal Supremo de Elecciones, salió a defender la idea de que el abstencionismo “es un comportamiento racionalmente equivocado”. Lo hace con respeto hacia los abstencionistas, se separa de quienes estiman que eso es una forma de “traición a la patria”. Rechaza también una campaña del propio Tribunal que, en 2006 decía “Si no vota luego no se queje”, y defiende con razones su punto de vista. Resume en tres puntos su argumento en favor del voto, a los que respondo luego de enunciarlos:
1) El primero es que “sin importar cuántas personas se abstengan (o voten en blanco o nulo, que para efectos prácticos es igual) en los procesos electorales se elige. Siempre”.
Tiene razón. Siempre se elige. ¡Ese es el problema! El que se abstiene no quiere que se elijan, pero no puede hacer nada para evitarlo, como ha quedado demostrado tanto en el segundo turno de las elecciones pasadas (del 2018), como las de este año. De modo que, si no podemos hacer nada para evitar que se elijan a personas a las que estimamos inadecuadas para el cargo, el abstencionismo electoral está perfectamente justificado. Quienes tengan interés en la cosa pública, en la participación política, tienen diversas otras formas, diversas instancias, para hacerlo, distintas a esta votación de segundo turno.
2) El segundo es que “ningún ciudadano es inmune a los efectos beneficiosos o perniciosos de un buen o mal gobierno”. Ciertamente. Pero ¿qué responsabilidad tiene el ciudadano si –como en el caso del gobierno actual, pero también de otros– el elegido llega con una propuesta y gobierna con otra? El ciudadano se siente, legítimamente, estafado. Adquiere conciencia de que su voto vale poco (o nada). Y luego se abstiene. ¿Por qué debería votar por un candidato cuyas propuestas estima dañinas para el país?
3) Finalmente, asegura que “no existen dos candidaturas iguales porque no existen dos seres humanos iguales”
También es cierto. No son “iguales”. Pero son bastante parecidas en su oferta política, en su visión de país, en su afán privatizador, que es la esencia de la política neoliberal que ambos representan. Desde nuestro punto de vista son políticas de carácter antipopular, como lo ha sido la del actual gobierno. El ciudadano se da cuenta entonces de que, pese a que “no existen dos candidaturas iguales”, los resultados son igualmente desalentadores. Y decide –me parece que legítimamente– abstenerse.
¿No hay alternativa?
Sí hay. Pienso en una convocatoria al abstencionismo respaldada por una plataforma concisa, sencilla, de cuatro o cinco puntos, que expresen la voluntad de los que llaman a abstenerse. Y que sirva de base para un desarrollo político posterior, para una renovada presencia en el escenario político del país, que no se resume (aunque ahí se concentre el poder político) en el Poder Ejecutivo y el Legislativo. Una plataforma que dé vida a la actividad política de los que no tienen posibilidad de verse representados –como en el caso que nos toca, de abril próximo– en ninguna de las dos opciones electorales.
¿Qué pasaría, por ejemplo, con una abstención del 60%, sustentada en una propuesta política que la reúna? ¿Podría ser simplemente ignorada por quien resulte electo? Sí, podría. Pero, si lo fuera, daría pie a una renovada organización política, a una renovada presencia en el debate público y, a la larga, eventualmente podría contribuir a unificar las fuerzas que hoy no se sienten representadas por ninguna de las dos ofertas electorales.
Me parece una opción más sensata. Una visión que va más allá de una situación electoral que nos ofrece opciones que no compartimos. Hace cuatro años, las circunstancias pusieron a un aventurero a dirigir el país. Un hombre sin preparación alguna para el cargo. Pero también sin compromiso alguno con sus electores.
Entonces muchos votaron por lo que consideraban el “mal menor” y el resultado es el país que tenemos, con una absurda ley del gasto público y la criminalización de las protestas populares. No me parece razonable votar de nuevo por el “menos malo”. Hay que empezar a crear las condiciones para que, dentro de cuatro años, podamos votar por alguien que, desde nuestra perspectiva, valga la pena.