Gilberto Lopes, escritor, historiador y periodista.
Gilberto Lopes, escritor, historiador y periodista.

Desde hace mucho (por lo menos desde la derrota popular en el referendo del TLC), los ganadores de esa pelea estaban cómodos. Todos hablaban de la necesidad de una reforma fiscal, pero se podía ir postergando la medida. En la Asamblea, nadie tenía fuerza suficiente para imponer una a su medida. No había fuerza para alterar de manera que les favoreciera el status quo que ya les era bastante favorable. De modo que la fueron pateando hacia delante.

El gobierno pasado hizo un intento discreto. Sin fuerza suficiente en la Asamblea, y sin apoyo de los demás, no insistió. Prefirió dejar la política de lado. Hizo suya otra agenda y terminó haciendo de las elecciones del 2018 un pleito con los ramashekos.

Los ramasehkos

Un paréntesis: cuando hablo de los ramashekos, no me refiero al pueblo evangélico. Ahí hay creyentes, gente sencilla, gente honesta. Los ramashekos son los que viven de esa religiosidad popular, vividores deshonestos. Unos que venden escobas, de esas comunes, por 250 dólares. Después de “ungirlas”, dicen que sirven para barrer los males de la casa. O venden agua, o piedras. O la vida eterna. Así viven los ramashekos. Vivos, saben que dependen también de la política y están dispuestos a venderse al mejor postor. Así se han ido transformando en aliados de lo más conservador, en Estados Unidos o en América Latina. Son nefastos.

Ahora hemos vuelto a poner la política sobre la mesa. El gobierno se empeña en sacar una reforma fiscal.

¿Qué cambió para que haya decidido no seguir el mismo rumbo de sus antecesores, dejar las cosas como estaban?

Creo que lo que cambió fue la percepción de los que hasta ahora se beneficiaban con el statu quo de que la situación se ha agravado hasta tal punto que, si no se toman medidas, la crisis los arrollará a ellos también.

Un ejemplo europeo

Déjenme hacer otro paréntesis. Por razones académicas he estado analizando las tensiones surgidas en la eurozona, la unión monetaria integrada por 19 de los 28 países que conforman la Unión Europea. El debate es político, es sobre quien paga las cuentas. Países muy endeudados amenazan los intereses de la banca, sobre todo alemana, pero también francesa, inglesa y otras, porque no pueden pagar sus créditos. Se les impone entonces políticas de austeridad, recortes de los gastos en salud y educación, en pensiones, y se los obliga a privatizar los recursos públicos. El caso de Grecia, hace tres años, fue ejemplar. La aplastaron para imponer una política de austeridad que ha hundido a su pueblo en la miseria, pese a que, en referendo, el pueblo griego había rechazado esas políticas. Sus gobernantes no estuvieron a la altura y capitularon en toda la línea.

Pero la lección ha tenido efectos devastadores y crece la resistencia de los pueblos europeos a esa política insostenible que pretende imponer a todos enormes sacrificios para satisfacer los intereses de los banqueros.

Los extremos de esta política han sido impuestos por el gobierno alemán. Reclaman orden en las finanzas públicas y austeridad en los gastos a los países endeudados. Puede parecer razonable. Pero la realidad es que la situación de cada país es muy diversa. El actual orden europeo, el proceso de integración, está calcado del orden alemán y favorece a la economía alemana. Si bien las reglas son las mismas para todos, no lo es la realidad económica  y social de cada país. El desarrollo de sus fuerzas productivas, la intensidad del capital, los costos laborales y la calificación de los trabajadores, el nivel de vida y la estructura económica y social de cada uno es muy distinta. El profesor John P. Neelsen lo explicaba comparando la economía alemana y la hindú. Ponía diversos ejemplos: el autoempleo en Alemania afecta solo el 8% de la fuerza laboral. En la India, el 50%. Del mismo modo, en Alemania solo el 2% trabaja en el sector primario y el sector informal es prácticamente inexistente; mientras en la India el sector primario ocupa el 60% de la fuerza laboral y el 90% está en la informalidad.

Neelsen usaba ese ejemplo para mostrar que la aplicación de reglas iguales para economías tan distintas puede tener efectos desastrosos.

Es lo que ha ocurrido en Europa. Alemania se beneficia de las reglas del juego por su condición económica privilegiada. La moneda única, el euro, impide que países de menor desarrollo devalúen para poder competir mientras, por otro lado, evitan que Alemania, si tuviera su propia moneda, la viera revaluarse para reflejar el desarrollo de su economía, haciendo menos competitivos sus productos en los mercados internacionales.

Pese a la existencia de la moneda única, su estabilidad económica le permite, además, acceder a créditos mucho más baratos que sus socios. Hay estudios que estiman los beneficios obtenidos por la economía alemana solo en este terreno por un monto de cien mil millones de euros entre 2010 y 2015. No se trata solo de ventajas en el contexto europeo, también dentro del país se acentuó la disparidad social, la concentración de la riqueza en manos de los más ricos.

La situación privilegiada de Alemania le permitió acumular un enorme superávit comercial, en desmedro de sus socios. Transformado en ahorro, las inversiones se ralentizaron y el gasto también. Esto empezó a transformarse en un problema para la economía de toda la eurozona y a amenazar también la economía alemana. Aumentaron, por lo tanto, las presiones para que Alemania adoptara medidas para reducir sus ventajas competitivas.

Cuando la crisis amenaza a todos

En fin, no me voy a extender sobre el tema. De todo esto hay abundante literatura e información. Lo traigo a colación porque me parece ilustrativa la comparación.

Es un proceso similar al que vivemos aquí. Una política económica que favorece la concentración de la riqueza en cada vez menos manos puede durar un tiempo. Pero llega el momento en que amenaza a todos y la maquinaria económica empieza a crujir. Le está pasando a Costa Rica.

Elegido en condiciones particulares, con el debate político barrido para debajo de la mesa, Carlos Alvarado ganó las elecciones. Eso lo favoreció, puso la atención sobre otros temas y permitió ocultar intenciones en otras áreas. El escenario económico era de crisis y el político, para él, de aislamiento y soledad. Quizás ya había decidido buscar apoyos, gobernar con quienes no habían sido electos y son expresión de una parte de los sectores más conservadores de la política nacional con los que, por lo menos en teoría, no compartía propuestas electorales para gobernar el país. No fueron elegidos, pero son los que gobiernan.

Otra parte de los sectores más conservadores del país está en el otro partido con los que, por razones coyunturales, decidió no aliarse. Pero, para no dejarlos fuera de los acuerdos que se están negociando, creó una llamada “Comisión de notables”. Ahí tienen expresión los conservadores del otro partido.

De nuevo la política

En este contexto, el gobierno ha tratado de avanzar en su reforma fiscal. Ha cedido un poco a cada sector, siempre en la línea conservadora que ha elegido. Y así ha despertado de nuevo la veta política que desde hace unos 30 años habían logrado adormecer.

Pero los sectores populares se asoman desordenados, sin líderes ni ideas claras.

Un modelo de país había surgido de la revolución del 48. Su columna vertebral era tan sencilla como el decreto que la creó: la nacionalización bancaria. La ofensiva por desmontar esa política empezó entonces por ahí, por la privatización del sector bancario, a principios de los años 80. La crisis económica y el contexto internacional les facilitó avanzar por ese camino. Después siguieron con todo lo demás: la educación, la salud, las telecomunicaciones, los seguros y las carreteras. ¡Y seguirán avanzando hasta privatizar todo, si los dejamos! Son de una voracidad sin límites.

El profesor Neelsen describió lo que veía en Europa: un metódico programa de destrucción de lo colectivo ha sido reemplazado por un proyecto de individualización de las responsabilidades, que cada uno enfrenta en condiciones muy desiguales. La sociedad se atomiza y la idea de que la sociedad debe encontrar formas de convivencia solidarias desaparece, es sustituida por un escenario donde cada uno debe luchar por su cuenta y en contra de los demás.

Los que no compartimos esta visión del mundo, ni estos intereses, somos responsables de no haber podido hacer frente con más éxito a esa ofensiva devastadora.

Ante el proyecto de reforma fiscal, surge la resistencia. Es inevitable. Los sindicatos llaman al paro. Ingenuos unos, cínicos otros, los que los critican reclaman que hay que trabajar. Lo dicen ocultando la realidad de que nadie se hace rico trabajando. La única manera de hacerse rico en el mundo moderno es dando trabajo. Estoy hablando de ricos como lo definía el banquero español Emilio Botín. Botín decía que en España había mucho que presumían de ricos, pero que los ricos de verdad eran muy pocos. Él entre ellos, naturalmente. Sabía de lo que estaba hablando.

Lo cierto es que el país tampoco escapa a esa visión, los capitales privados sueñan con avanzar sobre lo publico. Un proceso que ha sido particularmente dañino en el área de la salud, que está en el origen de los mayores problemas de la CCSS. Tiene efectos devastadores, miserables.

Hay que resistir. Pero no basta. Hay que mantener la política en el centro del debate. Reconstruir la visión de país, argumentar, convencer. Reorganizar las fuerzas dispersas desde la derrota del TLC y recomponer la propuesta de un país solidario, con empresas públicas de calidad, como han sido la CCSS, el ICE, la banca, las universidades.

Reorganizarnos en partido político para no tener, dentro de tres años, que estar de nuevo en la disyuntiva en que nos vimos en elecciones pasadas.