Una mujer llora desconsolada tras depositar una ofrenda frente a la escuela de Uvalde.
En efecto, el joven de 18 años impactó con un disparo en la cara a su abuela, que se encuentra en estado crítico, y luego se dirigió a la escuela primaria de la localidad de Uvalde, Texas, donde cometió la masacre. Sus víctimas eran niños y niñas con edades entre 7 y 10 años, además de dos adultas docentes.
No hacía mucho, tras cumplir los 18, Ramos adquirió dos rifles AR-15 semiautomáticos, una pistola y una importante cantidad de cargadores. Los policías desconocen si ya para entonces había tomado la terrorífica determinación. Tampoco saben cuáles fueron sus motivaciones, pero los detalles de la historia personal del asesino constituyen pistas valiosas.
Uvalde, cuyos vecinos aún se debaten entre la incredulidad y el horror, es una pequeña comunidad de Texas, de 15.000 habitantes, con una fuerte presencia de población de origen latino.
La de Uvalde es una de las mayores masacres cometidas en centros educativos de Estados Unidos, pero no la primera. La ola de ataques empezó hace 23 años, en abril de 1999, en la Escuela Secundaria de Columbine, en Colorado. Eric Harris y Dylan Klebold, estudiantes de ese centro educativo, asesinaron a 12 escolares de entre 14 y 18 años y a un profesor, antes de suicidarse.
Esta masacre se convirtió en una especie de modelo para una serie de actos similares, que se replican en distintas partes del país: 2013, en el Colegio Santa Mónica de California (5 víctimas); 2014, Escuela Secundaria de Marysville, Washington (4 víctimas); 2015, Colegio Comunitario de Umpqua, Oregón (9 víctimas); 2018, en la secundaria Marjory Stoneman Douglas, en Florida (17 víctimas). Solo unos pocos ejemplos.
Las autoridades no se aventuran a elaborar un perfil completo de los perpetradores. Sin embargo, hay entre ellos características similares: en su gran mayoría se trata de personas muy jóvenes, provenientes de hogares conflictivos en los que han sufrido situaciones de maltrato o abandono durante toda su vida.
Salvador es hijo de una mujer latina que, según testimonios de los vecinos, tenía problemas de adicción a las drogas y que prestaba muy poca atención a su hijo, quien básicamente fue creado por la abuela.
También en la mayoría de los casos, los asesinos han sido víctimas de acoso en sus escuelas. El bullying escolar es un fenómeno común en muchos países, pero en Estados Unidos adquiere dimensiones enormes, alimentado por una concepción deshumanizada y cruel de lo que implican el éxito y el fracaso personal.
Para el adolescente promedio, en ese país, la humanidad se divide en dos clases: los winners (ganadores) que tienen dinero, belleza y prestigio social, y los pobres, impopulares, con limitaciones físicas, que denominan losers (perdedores). Para estos últimos está reservado un infierno de desprecio, burla y maltrato físico. No hay compasión. Los destrozos psíquicos que provoca el bullying son terribles y se agigantan para aquellos que no cuentan con un fuerte soporte afectivo en su entorno familiar.
También este es el caso de Salvador Ramos.
En la soledad y el aislamiento se engendran los “monstruos”. Todo parece indicar que los asesinatos masivos en las escuelas constituyen una forma muy particular de suicidio. El homicida ingresa al recinto escolar con su arma y su determinación, a sabiendas de que no saldrá con vida (muchos de ellos se disparan a sí mismos antes de ser capturados por la policía), pero al menos tendrá su venganza, demostrará poder y “gozará” por unos minutos u horas (lo que dure la orgía de sangre), de una intensa publicidad mediática, que en su fantasía se asemeja a un momento de popularidad.
Un añejo y estéril debate
Que Salvador Ramos haya podido comprar sin ningún inconveniente dos rifles semiautomáticos no es nada extraordinario. La legislación en Texas faculta a cualquier persona con 18 años cumplidos a adquirir armas largas como rifles y escopetas, mientras que la edad mínima para adquirir una corta es de 21.
Un estudio realizado en 2018 por la Small Arms Survey, con sede en Suiza, determinó que en Estados Unidos había 390 millones de armas en circulación. Esto significa que hay 120,5 armas por cada 100 habitantes. En 2011, esa relación era de 88 por cada 100. En otras palabras, la cantidad de civiles armados es cada vez mayor.
Estados Unidos es de lejos el país con la mayor cantidad de armas per cápita de todo el mundo. Y también el país con la mayor incidencia de muertes con armas de fuego cada año.
En 2014 hubo 260 tiroteos en Estados Unidos; en 2019 la cifra había subido a 417 y en 2021 fue de 692, según la BBC de Londres que cita el Gun Violence Archive.
Con cada masacre se aviva el debate sobre la necesidad de endurecer las leyes de posesión de armas en manos privadas. No obstante, los esfuerzos en ese sentido no han logrado prosperar.
Las encuestas reflejan que la mayoría (52%) de los estadounidenses apoyan la aprobación de leyes más estrictas, pero el lobby pro-armas ejerce una poderosa influencia en las instancias legislativas, que logra desactivar cualquier esfuerzo.
El negocio de la producción y venta de armas es uno de los más lucrativos en Estados Unidos. Registros oficiales reflejan que en 2018 los fabricantes produjeron 9 millones de armas, más del doble de la cantidad que se produjo 10 años antes, en 2008.
El valor de las ventas entre octubre de 2016 y septiembre de 2017 fue de 41.930 millones de dólares, aproximadamente lo que ingresó a Facebook en ese mismo periodo.