Por Eduardo Febbro
Desde París
La esfera de las ultraderechas europeas trata de alejarse lo más
posible del extremista noruego Anders Behring Breivik. Declaraciones
oficiales de sus dirigentes, comentarios en páginas de Internet de los
ultras, los blogs y en Twitter muestran que la euro extrema derecha
asimila el atentado de Breivik como un desastre para sí misma. En pleno
proceso de normalización en casi toda la Europa occidental, la
ultraderecha niega todo vínculo ideológico con el asesino noruego.
El Frente Nacional francés (FN), el Partido del Progreso noruego (FrP), el Partido de la Libertad de Holanda (PVV) o la formación extremista flamenca de Bélgica, Vlaams Belang, todos se colocaron la corona de santos. Sin embargo, sus discursos xenófobos, el desprecio militante contra los extranjeros, su islamofobia, su antisemitismo y sus ataques frontales y reiterados contra el modelo de sociedades multiculturales son un núcleo central y persistente de sus programas electorales.
En los últimos 20 años, y con esos enunciados como bandera, los movimientos de extrema derecha pasaron de electorados confidenciales a obtener resultados contundentes en las urnas. Ello los llevó a maquillar las frases, a moderar las intervenciones, a intercambiar el antisemitismo por la islamofobia, a sacar de escena las cabezas rapadas y las camisas negras. Los ultras se adecentaron al ritmo de las conquistas electorales, sin abandonar por ello su credo fundador. El atentado del ultra noruego los obliga hoy a desmarcarse de un acto descabellado cuya fuente ideológica es tanto la extrema derecha europea como la norteamericana.
La putrefacción ideológica de Europa llevó a la muerte en masa al
peor estilo de Al Qaida. Esa corriente islamófoba, antiinmigración,
nacionalista y localista sobrepasa en mucho el contenedor de la extrema
derecha. Como lo recuerda en las páginas del diario Libération el
historiador y especialista de la extrema derecha Laurent Lebourg, “la
islamofobia es una ideología de masa que impregna lentamente la
sociedad”.
En Francia, el Movimiento contra el Racismo y por la Igualdad
de los Pueblos (MRAP) así como el Partido Socialista apuntaron hacia la
responsabilidad de las extremas populistas y xenófobas. El MRAP
escribió: “En toda Europa, los partidos populistas y las extremas
derechas –Frente Nacional en Francia, Partido del Progreso en Noruega,
los demócratas suecos, el Partido del Pueblo de Dinamarca (PPD), el
Jobbik de Hungría–, sin olvidar la extrema derecha que es la derecha
popular de la UMP –un ala del partido presidencial de Sarkozy–, tienen
una gran responsabilidad en el clima envenenado que pesa sobre todo el
continente”.
Diputados y ministros pertenecientes a la llamada derecha
popular –la corriente más dura– salieron a impugnar ese link entre ellos
y el terrorismo blanco encarnado por Anders Behring Breivik. La casi
totalidad de las ultraderechas del Viejo Continente retrataron a Breivik
como un “psicópata” o un “enfermo” sin relación alguna con ellas. Los
ultra se mueven en todas las direcciones para desarmar la amalgama entre
ellos y el asesino noruego.
Filip Dewinter, uno de los dirigentes del partido extremista belga Vlaams Belang, dijo que “el intento de comprometer a los partidos de la derecha con semejante gente” era una “tradición”. Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional francés, alegó que se buscaba “crear confusión en los espíritus”. El diputado europeo Bruno Gollnisch, uno de los miembros del buró político del Frente Nacional, no pudo esconder su armadura ideológica. En una detallada argumentación publicada en su blog Gollnisch escribió: “La verdad es que no podría existir una responsabilidad colectiva. Un asesino no compromete más que a sus cómplices y a sí mismo”. De paso, el eurodiputado de la extrema derecha olvidó expresar el más mínimo sentimiento por las víctimas del atentado.
Las ideas de esos movimientos son, no obstante, claras y sin discusión sobre su permanencia histórica. Entrevistado por el semanario L’Express, el sociólogo Yannick Cahuzac, especialista de la extrema derecha, explicó que las euro extremas derechas buscan darle un carácter “psicológico al caso con el objetivo de despolitizar el acto”. El historiador de las ideas y politólogo francés Stéphane François recordó que el Partido del Progreso (FrP noruego) es “uno de los partidos populistas nórdicos que sirvieron de modelo al Frente Nacional anhelado por Marine Le Pen”. El discurso contra el Islam y la deslegitimización de la sociedad multicultural son uno de los hilos conductores de las expresiones políticas europeas, incluso las que están en el poder.
La idea de que el Islam en particular y los extranjeros en general
son “invasores” fue legitimada por casi todo el espectro político de la
derecha populista y cierta izquierda laica. Entre octubre de 2010 y
febrero pasado, el primer ministro británico, David Cameron, la
canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas
Sarkozy, enterraron sucesivamente la alternativa del multiculturalismo,
es decir, la coexistencia de culturas y confesiones distintas.
Merkel y
Sarkozy estimaron que el multiculturalismo había sido un “fracaso”.
Cameron, a su vez, declaró que “el multiculturalismo condujo a que haya
comunidades que vivan aisladas las unas de las otras. Esas sociedades
paralelas no se desarrollan según nuestros valores. No supimos darles
una visión de lo que es nuestra sociedad”. Merkel había consagrado el
fracaso del modelo multicultural con frases no muy alejadas de las que
usó el asesino noruego: “Nos sentimos ligados a los valores cristianos.
Quien no acepta esto no tiene un lugar aquí”.
El lector no europeo sufriría un paro cardíaco leyendo la síntesis de declaraciones excremenciales contra el Islam o los extranjeros que salieron de los labios de los grandes dirigentes europeos en los últimos años. La burbuja de la extrema derecha se arraigó en el corazón de la socialdemocracia del Viejo Continente. Una vez más, tal como lo detalló en el diario Libération el historiador Laurent Lebourg, al evocar la forma en que se presenta a los extranjeros, las responsabilidades exceden en mucho los límites de la extrema derecha y abarcan a todo el sistema democrático, a los medios y a los intelectuales, incluidos los llamados progresistas. “La terminología utilizada en Francia evoca sin cesar y en grados distintos la invasión, la colonización, etc. (por los extranjeros). A partir del momento en que a la gente se le sugiere sin descanso que están invadidos, es lógico que, al cabo de un momento, esto arme a ciertas personas.”