De un lado, un desastre en proceso de agravamiento en el ámbito del empleo, la pobreza y la desigualdad, tal cual lo ratifican los datos dados a conocer recientemente por el INEC (ver mi artículo: La catástrofe del empleo en Costa Rica). A la par, un problema, también en curso de agudización, de inseguridad y violencia social, y galopante descrédito del sistema de institucionalidad democrática. Lo uno no está desvinculado de lo otro. Es razonable pensar que lo primero –esa deteriorada situación social - empuja a lo segundo, es decir, agrava y profundiza la deslegitimación del sistema político y la creciente dificultad para el diálogo y la construcción de acuerdos.

Son procesos que, como mínimo, se remontan 25 años atrás, como producto de un modelo económico que propicia la concentración de la riqueza y los ingresos, la extranjerización de la economía y el debilitamiento y restricción progresiva de la democracia. Es el modelo neoliberal, el cual hoy enfrenta una situación de virtual colapso, donde el agudo deterioro social y político se combina con una situación de desplome del crecimiento económico.

El viejo modelo (desarrollista, intervencionista) lograba, durante los cincuenta y hasta fines de los setentas del siglo XX, tasas de crecimiento, relativamente estables, del 6,5% promedio anual. Desde mediados de los ochenta, bajo la hegemonía neoliberal, la economía se mueve a lo largo de amplias oscilaciones, con crecimientos que en algunos años llegaron al 7-8% para luego caer al 1-2%. Como consecuencia de tal volatilidad,  el promedio de crecimiento económico en tiempos neoliberales, ha sido de alrededor de 4,5% anual, sustancialmente menor, como bien se ve.


Sin embargo, el cuatrienio 2008-2011 marca una etapa de lento crecimiento, incluso por debajo de los modestos promedios históricos del modelo neoliberal. En 2008 la economía creció apenas un 2,7%; decreció -1,3% en 2009; tuvo una modesta recuperación al 4,2% en 2010, y seguramente crecerá abajo del 4% en el actual 2011. 


La evidencia histórica muestra que este modelo tiende a perpetuar la pobreza y a ahondar progresivamente la desigualdad, lo cual acontece incluso en sus años “de gloria”. Por otra parte, se ha observado que los ingresos del gobierno muestran una nada despreciable sensibilidad respecto de la evolución de la economía. En general, mejora la recaudación fiscal cuando el crecimiento económico es más elevado, dentro de una dinámica en gran medida influida por los impuestos de aduanas y de ventas.


La debilidad económica de estos últimos cuatro años, ha estado evidentemente influida por la crisis mundial. Con el agravante de que las turbulencias económicas en los centros del capitalismo prometen tener todavía una muy larga vida. En el tanto Costa Rica siga bajo la égida del modelo neoliberal, su exposición ante la crisis seguirá siendo muy alta y las consecuencias muy severas.


Como bien sabemos, estamos vinculados a profundidad con los grandes centros económicos (especialmente Estados Unidos y, en segundo lugar, Europa) vía exportaciones, turismo y flujos de capital. En los últimos años (desde 2005 en adelante) han ganado especial importancia las entradas de “capitales de cartera” (los de corto plazo y vocación especulativa), lo que ha influido en la persistente fortaleza del colón frente al dólar, aparte que ha incentivado ciertas “burbujas” (como la de la construcción hacia 2007-2008). Ello tan solo agudiza los riesgos de inestabilidad económica, dada la gran volatilidad asociada a ese tipo de capitales.


Estos cuatro años de crisis están dejando en Costa Rica secuelas y marcas profundas. El catastrófico panorama laboral, de pobreza y desigualdad da buena cuenta de ello. Asimismo la persistencia, por tercer año consecutivo, de un déficit fiscal que se empina arriba del 5% como porcentaje del PIB. Incluso si se aprobara el proyecto tributario en discusión, las cuentas fiscales seguirán siendo deficitarias por montos considerables. Esto último sería ocasionado por la confluencia de dos factores. Primero, el modelo neoliberal favorece la existencia de un déficit presupuestario permanente, ya que libera del pago de tributos a los sectores más dinámicos de la economía (el actual proyecto tributario corrige solo muy parcialmente ese problema). Y, como segundo factor, la muy esperable persistencia de un muy bajo crecimiento económico, con sus secuelas negativas sobre los ingresos del gobierno.


De tal forma, y excepto que la economía mundial experimentase un prodigioso y muy improbable cambio de tonalidad, lo que nos espera es la profundización del deterioro económico y social.


Solo queda un camino sensato: replantearse a profundidad el modelo. Y ello significa, necesariamente, una traslación de los énfasis de las estrategias de política:


a) De los privilegios excesivos a favor de la inversión extranjera, a la puesta en marcha de una estrategia integral y coherente de promoción de las empresas nacionales: micro, pequeñas, medianas así como los emprendimientos de la economía social.


b) De la maquila tecnológica con limitado valor agregado nacional, hacia la promoción de una producción nacional que incorpore conocimiento y alto valor agregado nacional.


c) Del turismo de gran hotel, ambientalmente dañino y que concentra los ingresos, hacia formas de turismo ecológicamente respetuosas y que distribuyan ampliamente esos ingresos.


d) De la importación de alimentos que introduce riesgo político y de desabastecimiento, al fortalecimiento de la producción agrícola nacional, mediante una política de soberanía y seguridad alimentaria que incorpore conocimiento y valor agregado en nuestra producción agrícola, y brinde garantías para la salud y el medio ambiente.


d) Del desmantelamiento del Estado social y el fomento de criterios de rentabilidad en ámbitos esenciales como la salud y la educación, hacia la plena recuperación y fortalecimiento de los sistemas de seguridad social.


e) De la imitación irreflexiva de patrones de consumo desbordados e irresponsables, hacia el fomento de estilos de vida sobrios y saludables, con una asignación  inteligente del ahorro a favor de la promoción de la ciencia y las tecnologías acordes a nuestras condiciones, la inversión que eleve la productividad y la efectiva protección del medio ambiente.


f) Del debilitamiento y persecución de las organizaciones independientes de trabajadoras y trabajadores, a su efectivo fortalecimiento y renovación.


g) De una democracia cada vez más restringida, dominada por el compadrazgo, la corrupción, la mentira y el clientelismo, hacia una democracia radicalmente renovada, sustentada en la efectiva participación y escrutinio ciudadano.


h) De la vigencia puramente nominal de los derechos humanos, a su efectiva aplicación y vivencia, como fundamento de una sociedad realmente igualitaria, que supere prejuicios machistas, étnicos y raciales o exclusiones construidas desde dogmatismos religiosos.


i) De un régimen de indiscriminada libertad y privilegio a favor de las corrientes del capital extranjero, hacia la construcción de una relación paritaria, que garantice reparto equitativo de beneficios y resguardo de la estabilidad económica.


j) De la vinculación irrestricta a los centros del capitalismo mundial, actualmente hundidos en una crisis de grandes proporciones e incierta evolución, hacia una diversificación de las relaciones económicas externas que privilegien, en orden de prioridad, lo siguiente: (i) el ámbito centroamericano como nuestro espacio económico natural; (ii) el ámbito latinoamericano, en particular Brasil y Argentina y, en general, la UNASUR, como nuevas alternativas para el comercio, las inversiones y la cooperación solidaria entre pueblos y estados; (iii) las dinámicas economías de oriente; (iv) las decadentes potencias tradicionales.


¿Hay alguna posibilidad de que una reorientación tal pueda tener lugar? Realistamente no. Ni el gobierno de Chinchilla ni su probable sucesor liberacionista, tienen la claridad ideológica ni el espacio político para ello. Y la oposición progresista sigue empantanada en el marasmo y la confusión