Portada de la edición de Editorial Alianza del clásico de la literatura rusa "Los Hermanos Karamázov" de Fiodor Dostoievsky.

La colega Ana Chacón anunció que me visitaría. Le pedí que me llevara Los hermanos Karamázov, de Fiodor Mijáilovich Dostoievski (1821-1881), una deuda que tenía con la lectura y la literatura y que, desde hacía algún tiempo, quería saldar, pero la había ido postergando atrapado por otras lecturas. Del célebre autor ruso solo había leído Crimen y castigo (1866), su primera novela, en una edición soviética de la editorial Progreso (1977), hacía ya algunos lustros. Aún conservaba frescos en mi memoria imborrables escenas y personajes que tanto me impactaron en aquel entonces, como del protagonista, Rodión Raskólnikov.

Esta primera obra de Dostoievski, de uno de los reconocidos narradores de la literatura universal del silo XIX, me había provocado el deseo de avanzar en otras obras del autor, pero pasó el tiempo y no lo hacía. Comencé la lectura de Los hermanos Karamázov, luego vino la operación y la recuperación, primero en el Hospital y, después, en mi casa. Seguramente allí terminé de leerla. No lo preciso. Sin embargo, no me había dejado la impronta que me dejó Crimen y Castigo, acaso por la situación de salud por la que atravesaba. Estoy convencido que terminé la lectura de las más de 1 100 páginas de la editorial Cátedra, incluyendo la introducción, en letra menuda, por el subrayado que dejé en algunos fragmentos de la obra. Pero nada más.

Una noche de estas buscaba qué leer. Repasé entre los libros y mi vista tropezó con Los hermanos Karamázov. Lo miré de reojo, dudando en un primer momento si tomarlo en mis manos y arriesgarme a la aventura de meterme de lleno por segunda vez en aquel pesado libro. Luego me dije, ¿por qué no intentarlo?, como lo había querido hacer en otras ocasiones. Sabía que debía dedicar muchas horas y dudaba si lo llegaría a terminar, aunque rara vez dejo un libro a medio camino. Finalmente encaré lo que sería para mí un reto de lectura y deseché otras alternativas que me tentaban: volver a El Quijote o a Los versos satánicos (1989), de Salman Rushdie. Este último, sin lograrlo aún, he querido releer.

Sobra decir que Los hermanos Karamázov, la última novela que escribiera Dostoievski, es obra extensa, pero, a la vez, apasionante. Ahora sí puedo confesar con toda certeza que la he leído con sus larguísimos diálogos y extensas cavilaciones sobre la familia, la religión, la existencia de Dios, la sociedad, la moral y otras menudencias de la vida rusa de mediados del siglo XIX que a veces tienden a resultar interminables. Es una obra diría que obligatoria para quien disfruta la buena lectura, de un escritor genial que dejó una huella profunda en la literatura universal, y en la que parece retratar las contradicciones de la vida rusa de aquellos tiempos.

Publicada 1880, la novela trata de la vida del padre, Fiódor Pávlovich Karamázov, y sus tres hijos: Dmitri (hijo de su primera esposa), Iván y Alexiéi Fiódorovich Karamázov, y sus vidas trágicas. En la introducción, Augusto Vidal y José María Bravo, señalan: “En el ejemplo de una familia perteneciente a la nobleza, el autor descubre un amplio y trágico cuadro de la sociedad de su tiempo, desenmascara las monstruosas y depravadas relaciones entre las personas, sus enfermizas y corrompidas almas en las circunstancias del poder del dinero, la incontenible manifestación de las bárbaras bestiales pasiones, del egoísmo y la ignominia espiritual”.

Algunos estudiosos consideran Los hermanos Karamázov, un resumen de la extensa obra del célebre escritor, en la que se reflejan sus ideas políticas, éticas y sociales, en una sociedad en su dinámica, en su evolución, en la que impera el vicio y la hipocresía, pero en la que también prevalece la bondad, como en todo grupo humano. El padre alcohólico, viudo por segunda vez y desatendido de sus hijos, entra en una violenta y apasionada disputa por el amor de una joven, Grúshenka, con su primogénito, Dmitri Fiódorovich Karamázov (Mitia), un hombre de temperamento impetuoso, argulloso, desenfrenado y lascivo, aunque, en algún momento, tiende a mostrar su lado generoso.

“En la vida, este oficial vulgar, juerguista y libertino, intemperante, es el vivo retrato del militar insolente, dispuesto siempre a la ofensa y la violencia, a ‘la francachela y la destrucción”, destacan Vidal y Bravo. Albert Camus (El mito de Sísifo) afirmaba que los personajes de Dostoievski se interrogan sobre el sentido de la vida, “con tal intensidad que no se admite sino soluciones extremas”, como sucede con Los Hermanos Karamázov.

Los extremos son las vidas dramáticas que llevan sus personajes, como si una fuerza incontrolable los condujera a una inevitable fatalidad, en una sociedad pacata, que Dostoievski desvela ante nuestros ojos. “Porque quiero vivir hasta el fin hundido en mis vicios, para que lo sepa –advierte Dmitri a su hermano Alexiéi-. En medio del vicio la vida es más dulce: todo el mundo lo condena, pero todos viven en él, aunque en secreto, mientras que yo lo hago a la luz del día”.

Las relaciones de sus hijos con el padre no pueden ser más desafortunadas, al igual que fueron las de este hombre temperamental con sus atormentadas esposas, agravadas ahora por las disputas amorosas de Dmitri con Fiódor, como si fuera un Edipo que no puede escapar del designio de los dioses. “Quizá no le mate –cavila Dmitri-, quizá sí (…). Odio la nuez de su garganta, su nariz, sus ojos, su desvergonzada sonrisa. Me causa repugnancia física. Eso es lo que temo”. Sus incontrolados arranques de celos, que recuerdan a un Otelo en su enfermiza vigilia por las sospechas, alentadas por Yago, que le despierta la inocente Desdémona, no lo dejan en paz.  

Cuando sufre uno de sus desenfrenados arranques de celos, es asesinado el padre de los tres hijos, crimen del que se le acusa a Dmitri, su adversario por los amores de la joven. Muchas pistas parecen conducir al parricidio. Merodeaba la casa de su padre al momento del crimen. De la casa de Fiódor desapareció, a esa hora, una alta suma de dinero, similar a la que su hijo derrochaba a manos llenas horas después junto a Grushenka y un grupo de juerguistas, cuando fue detenido por las autoridades. Es llevado a juicio. A su tragedia, se suma la de su hermano Iván, con tendencias ateas y con graves problemas mentales y de personalidad. El tercero, Alexiéi, con una vida inducidas por las vacilaciones, refugiado en su religiosidad, con una vida generosa y de alma noble, tiene escasa incidencia para detener la tragedia que padecen sus hermanos.

Iván, el contrapunto de Alexiéi, es quien mejor saca a relucir las oscuridades del drama familiar. Se convierte en partícipe de la suciedad y de la sangre del abominable crimen. Se precipita hacia la locura y la perdición. No figura directamente en el asesinato de Fiódor, aunque admite que tenía sobrados motivos para querer ver muerto a su padre. Indirectamente carga con la culpa por el parricidio, aunque es quien mejor tiende a aclarar cómo sucedió y quién fue el autor del asesinato del viejo alcohólico, pero su versión no es creíble para los jueces. Confiesa que deseaba la trágica muerte de su progenitor. Junto a la condena de Dmitri, sufre la tragedia familiar.

Críticos literarios ven en Alexiéi (Aliosha) el intento de Dostoievski de crear un héroe positivo en medio de la vida trágica del padre y sus dos hermanos, en la que sería la última gran obra del ilustre escritor. Sería el polo positivo en la trágica familia, pero difícilmente lo logra. Es posible que también esa fuera su intención. Recluido en un monasterio en su juventud, carga con la desgracia y la infelicidad de sus hermanos mayores, una forma también de ser infeliz. Un personaje humanitario, preocupado por el prójimo, rasgos ausentes en Dmitri e Iván.

El mismo autor afirmó que, con Los Hermanos Karamázov, pretendía ofrecer dos novelas, pero imposible entender la segunda sin la primera. “La novela principal es la segunda –admite Dostoievski-, que trata de lo que hace mí héroe, ya en nuestro tiempo, o sea en nuestro momento actual, el que está transcurriendo. En cambio, la primera novela sucedió hace trece años, y casi no es novela, sino tan solo un momento de la primera juventud de mi héroe. No es posible prescindir de la primera novela, pues sin ella resultarán incomprensibles muchas cosas de la segunda”. Estos primeros hechos a los que se refiere el escritor se remontarían a 1865 y 1866. La novela fue publicada en 1880, solo un año antes de la muerte del autor.

(* Escritor y periodista)