Tapizando las paredes, están visibles las huellas de lo que fueron algunas de sus mayores aficiones: la cacería y las armas de fuego. Implementos utilizados como cañas de pescar y una carabina Mannlicher 6.5 sobre un librero, junto con cabezas disecadas de antílopes, orix, impalas, kudú, leones, leopardos y búfalos, víctimas de sus frecuentes excursiones a África. Estos comparten espacios con su formidable colección de libros, unos 9.000, que acaso habría leído una parte de ellos, y su máquina de escribir Royal, testigo inerte de muchas de sus famosas obras.
Hemingway (1899-1961), uno de los más célebres autores del siglo pasado, premio Nobel de Literatura en 1946, visitó varias veces Cuba antes de establecerse definitivamente en La Habana, a finales de la década de 1930. Primero se hospedó en el hotel Ambos Mundos, en la habanera Calle Obispo, refugio también de mafiosos estadounidenses que en ese tiempo pululaban por la capital cubana. Luego compró una propiedad de más de cuatro hectáreas, en San Francisco de Paula, en 18.000 dólares, por iniciativa de su entonces esposa, la periodista y escritora Martha Gellhorn, quien abandonó Cuba en 1943.
“Yo no vuelvo más con este animal”, le dijo como despedida a José Luis Herrera, médico amigo de la pareja, según cita que recoge Norberto Fuentes en su libro Hemingway en Cuba (1984), con prólogo de Gabriel García Márquez. En esta obra, el autor cubano hacer un repaso minucioso de la presencia del escritor en la isla caribeña, ilustrado con abundantes fotografías y testimonios de personas que lo conocieron., lo trataron o que le sirvieron durante su extensa estadía en Cuba.
La pareja se había conocido en 1936, en un bar en Key West, Florida (EEUU). La relación entre esta pareja, apasionada, primero, y tomentosa después, como solía ocurrir con las parejas del autor de Las nieves del Kilimanjaro, fue motivo de la película Hemingway and Gellhorn (2012), dirigida por Philip Kaufman y protagonizada por Nicole Kidman y Clive Owen. Otra película, Papa. Hemingway en Cuba (2015), de Bob Yari, protagonizada por Giovanny Ribisi (Ed Myes), Joely Richardson (Mary Welsh) y Adrian Sparks (Hemingway), también narra los últimos y caóticos meses del escritor en La Habana.
El escritor mexicano Juan Villoro ha denominado a Hemingway como el arquetipo de un “narrador anti-intelectual”. Su pasión, más que por los libros, fueron los deportes rudos (el boxeo y la tauromaquia, por ejemplo) y su afición por las armas de fuego y la cacería, lejos de que lo que se pudiera pensar de la sensibilidad de un narrador con la fama que llegó a alcanzar.
Visité el Museo Finca Vigía hace algunos años. Al igual que su yate Pilar, en el que salía a sus largas jornadas de pesca con amigos, en esa propiedad se pueden ver los numerosos recuerdos que atesoró durante su vida de periodista, escritor y aventurero. Fue testigo presencial de episodios decisivos del siglo XX como la Primera Guerra Mundial (1914-18), siendo muy joven, de la Segunda Guerra Mundial (1939-45) y de la Guerra Civil española (1936-39). Mary Welsh, su cuarta esposa y viuda, donó la finca al gobierno cubano, en 1962, un año después de que el autor de Adiós a las armas se deshiciera de su vida pegándose un tiro en la boca el 2 de julio de 1961, en Ketchum, Idaho (EEUU).
García Márquez, premio nobel de literatura en 1982, ha afirmado que Finca Vigía es un museo “tan vivo que a veces se tiene la impresión de sentir la presencia del escritor deambulando por los cuartos con sus grandes zapatos de muerto”. Y Fuentes señala que Finca Vigía fue una dirección conocida de sobra por toreros, magnates de Hollywood, boxeadores, soldados, artistas y otras muchas clases de personas que aterrizaban en La Habana.
Su larga estadía en Cuba resulta curiosa. La Revolución cubana, que recién había triunfado, trató de ganar para su causa al reacio escritor, cuando ya estaba enfermo y en plena decadencia mental. Muchos biógrafos resaltan la ausencia de Hemingway en la vida cubana, incluida la Revolución, de la que acaso apenas se llegó a enterar, mientras permanecía en su refugio de San Francisco de Paula. Su distancia con Cuba fue similar a la que mantuvo con el resto de América Latina. Al parecer, solo llegó a las costas peruanas en una gira en busca de un pescado grande para ilustrar la película basada en su corta y laureada novela El viejo y el Mar (1952).
En La Habana su mayor relación fue con estadounidenses, como reseña Fuentes, que lo acompañaban en sus maratónicas ingestas etílicas. Desde que se instaló en Cuba, su vida transcurrió prácticamente en tres lugares: Cojimar, el pueblo de pescadores donde tenía su bote, el antiguo bar La Floridita, en pleno corazón de La Habana, y San Francisco de Paula, donde tenía una estrecha y cariñosa relación con sus humildes vecinos y con quienes organizaba peleas de gallos, otra de sus aficiones, y cuidaba decenas de gatos y algunos perros.
Tratando de contradecir otras versiones, García Márquez ha asegurado que Hemingway no era un espectador pasivo de la vida política y cultural de La Habana, sino un “cómplice callado”. Es posible. Pero asegura que su pensamiento político, que se había expresado de un modo tan inequívoco y apasionado en la Guerra Civil Española a favor del bando republicano, parecía ser un enigma en Cuba.
“No hay indicios de que hubiera intentado alguna vez hacer algún contacto con el ambiente intelectual y artístico de La Habana”, afirma el escritor colombiano. En una visita a Finca Vigía, el escritor inglés Graham Greene (1904-1991) desliza una velada crítica a su colega estadounidense. Greene se sorprendió al ver tal cantidad de cabezas de animales disecados. No se podía explicar cómo alguien podía escribir entre tantos animales muertos a su alrededor.
Pueda que la vida de Hemingway encierre muchos enigmas, como sucede con tantas personalidades célebres. Macho alfa, aventurero, amante de los deportes de riesgo o violentos, pero a la vez distante y huraño en muchos casos, sobre todo con colegas escritores. ¿Ocultaba sus inseguridades y sus frustraciones, sus impotencias, en su masculinidad violenta y soberbia, en su vida de aventurero incansable, en su comportamiento atroz con sus enemigos y amigos defenestrados y en sus numerosas conquistas amorosas? ¿Será su alter ego Francis Macomber, personaje atormentado e inseguro que va de safari a África con su pareja, bella e infiel, como lo relata en su cuento La corta y feliz vida de Francis Macomber?
He sido un asiduo lector de la obra de Hemingway, a la que acudo con alguna frecuencia, y siempre me ha llamado la atención esa doble vida del autor estadounidense. Siempre me ha parecido una contradicción difícil de llevar, la de un laureado intelectual, reconocido por su abundante y brillante producción literaria y, por otro, la de quien deambulaba por las llanuras de África, rifle al hombro, asesinando animales indefensos. Es posible que, en parte, sobreviviera como un hombre de su tiempo, cuando se aplaudía este tipo de “heroísmo”, de hombre invencible, que sabía o pretendía ocultar muy bien sus muchas debilidades, que debió tener.
Puede haber muchos ejemplos similares contemporáneos, como una súper modelo que hace un tiempo cayó en desgracia cuando reconoció su gusto por la cacería. Pero el caso más sonado, con grandes repercusiones internacionales, fue el del jefe de Estado español, el rey Juan Carlos I, que recibió una lluvia de condenas de todo el mundo cuando apareció, en Bostsuana, posando orgulloso junto a un elefante recién abatido, acompañado por su amante Corina Larsen, el 11 de abril de 2012, junto a Jeff Rann, director de la empresa Rann Safary.