Por ejemplo, indica que se castigará a los blasfemos, a los que pequen por sodomía, bestialidad o incesto. Igualmente, a los que no acompañen al Divinísimo cuando lo encuentren en la calle, a los irreverentes y a quienes cometen delito de escándalo. Prohíbe la vagancia, los juegos de azar, trasnochar, vender y comprar cosas a esclavos, soldados y sirvientes…
Lo que prohibía la Iglesia lo prohibía el Estado y viceversa. El dominio cultural de la Iglesia era completo. Casi todo el arte era religioso. El templo católico, la construcción más grande y mejor acondicionada. Por siglos, la única ocasión para reunirse con regularidad fueron las misas dominicales. Los momentos decisivos de la vida se celebraban con sacramentos: el nacimiento con el bautizo; la pubertad con la confirmación; el emparejarse con el matrimonio; el enfermarse de muerte, con la unción de los enfermos; el recibir perdón y consuelo, mediante la confesión; se esperaba la resurrección en un campo santo, de donde se excluían los marcados por la normativa eclesiástica: los fallecidos por suicidio, en duelos y los no católicos.
Mucho de lo señalado continúa en uso, aunque sin el carácter monopólico de antaño. La transición de una sociedad culturalmente católica hacia una sociedad completamente secular tal vez sea un proceso sin final. Sea como fuere, para mí no es algo deseable, pues lo religioso da sentido a la vida, esperanza, crea ambientes propicios para la amistad, fortalece los matrimonios, ayuda en la educación de los hijos, etc. Los valores de raíz cristiana, como la justicia social, con frecuencia siguen vigentes en quienes dicen que no tienen fe.
El otrora indiscutido predominio de la Iglesia en la cultura de occidente se origina en los servicios que brindaron los monjes durante la edad media: preservaron la literatura de Grecia y Roma; mejoraron la tecnología agropecuaria (por primera vez en la historia, hombres y mujeres de letras trabajaban también en el campo); sus farmacias, repletas de yerbas medicinales, prepararon la medicina moderna; crearon el primer sistema de escritura musical. Por siglos, sólo se leía y escribía en los monasterios (femeninos o masculinos) y en las catedrales. En las cortes, un monje muchas veces era el tutor.
Por supuesto, ese predominio cultural recubrió la ética. Debido a la condición celibataria de los monjes, la moral católica adquirió un tinte restrictivo en asuntos eróticos. Ahora se necesita una teología moral sexual laica, no monástica.
Distingue y caracteriza la historia de la Europa occidental la separación entre el sacerdocio y el imperio y, cuando surgieron los estados nacionales, entre el Estado y la Iglesia. Sin embargo, antes de la revolución francesa (1789) casi siempre prevaleció la colaboración, aunque hubo episodios de distanciamiento y siempre una lucha sorda. En los imperios, azteca e inca, en Egipto, China y otros, era impensable una diferenciación y enfrentamiento entre la potestad civil y la religiosa. Tal separación prepara el surgimiento de la división de poderes y la democracia, pues ni le roi très chrétien, ni los españoles reyes católicos eran los jefes de la Iglesia.
La estrecha colaboración entre la potestad eclesiástica y la monárquica se extendió por doquier. La Iglesia tenía bajo su responsabilidad la educación, desde las primeras letras hasta la universitaria; los hospitales; el cuidado de los menesterosos; la promoción del arte. Para financiar tantos servicios disponía de cuantiosas propiedades. Los monarcas se encargaban de impedir el ejercicio de otros cultos y perseguían a los herejes, perfilados como tales por la jerarquía. Con frecuencia la cristianización se realizó con ayuda militar.
Con la revolución francesa, que se extendió por todo occidente, incluidos los países que fueron colonias españolas y portuguesas, la separación, a veces amigable, a veces hostil, entre la Iglesia y el Estado terminó por imponerse, en un largo proceso que abarca el entero siglo XIX.
No obstante, según se ha visto en el proceso electoral recién concluido, varios jerarcas católicos y también no pocos pastores evangélicos, desean controlar al Estado.
Suponen que con su ayuda la gente practicará la ética sexual que ellos impulsan. Error político.
Tampoco se cuestionan si la ética que pretenden imponer se compagina con el Señor Jesús. Confusión teológica.
Quieren que los gobernantes imiten a don Tomás de Acosta. El siglo XVIII en el siglo XXI. Error histórico.